sábado, 14 de junio de 2008


El juicio severo hacia los demás se vuelve en tu contra cuando caes en las mismas debilidades y errores. De esta manera induces el autocastigo producido por la culpa. Por eso no debes juzgar, sino recordar lo que te dice el Señor. Juzgar solo le corresponde a Dios quien conoce cada corazón y sus caminos: Solo Dios es Juez.
"Por tanto, no juzguéis antes de tiempo, sino esperad hasta que el Señor venga, el cual sacará a la luz las cosas ocultas en la tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones, y entonces cada uno recibirá su alabanza de parte de Dios" (1 Corintios 4:5).
Cuando dejas de juzgar se alivia la tensión interna, se alivia la brecha entre tu prójimo y recoges fruto de aceptación en los otros. El juzgar es como un "bumerán" implacable, que retoma a su dueño con la misma severidad que fue enviado. El juzgar y criticar en forma destructiva es un comportamiento aprendido y hábito de tu vieja criatura, por eso debes aprender a tener dominio sobre tus emociones, pensamientos y boca. Que sea tu boca sólo para edificar y sembrar fruto de bondad.

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